Las tentaciones de Jesús, reflejo de nuestras tentaciones
En el relato de las tentaciones de Jesús (Mt. 4, 1-11), vemos como las tentaciones que sufrió Jesús por parte del demonio, son reflejo de las tentaciones que podemos sufrir nosotros. El demonio no ha cambiado de librillo, ni de táctica. Él nos tienta con las mismas armas que usó con Jesús.
Primera tentación: la comodidad y el placer
En la primera tentación, el demonio sabe que Jesús tiene hambre. Jesús había pasado cuarenta días y cuarenta noches de ayuno. Es de suponer que tienía hambre. El demonio le insinúa que use su poder para convertir las piedras en panes y así, acabar con su hambre.
En esta tentación el demonio quiere que Jesús acabe con aquello que le incomoda, con aquello que no le causa placer. Jesús vence la tentación diciendo: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt. 4, 4). Jesús sabe que la vida del ser humano tiene dos realidades, una realidad natural y otra realidad espiritual o sobrenatural. El ser humano no es solo comer, dormir, vestirse; estar en un mero plano natural. Él sabe que el hombre fue creado para amar a Dios y que solo amando a Dios puede ser saciado completamente. Por ello, el hombre vive también de la palabra que procede de la boca de Dios. Como dice San Agustín: “Nos hiciste para tí, y nuestro corazón estará inquieto, hasta que descanse en tí” (Confesiones 1, 1, 1).
Es más, Jesús nos dice en otros pasajes, que no debemos estar preocupados ni agobiados respecto a qué comer ni a nuestros cuerpos (Mt. 6, 25). Dios, como Padre, se encarga de esas cosas. Él sólo quiere que busquemos las cosas de Dios. Lo demás, se nos dará por añadidura (Mt. 6, 33).
Segunda tentación: la vanagloria y el prestigio
En la segunda tentación, el demonio lleva a Jesús al templo para que se tire de él. Si Jesús lo hace, lo hará frente a todos los israelitas que estarían visitando el templo en ese momento. El demonio le dice que no le pasaría nada por que los ángeles evitarán su caída. El demonio quiere que Jesús use su poder frente a todos, de tal manera, que la gente lo vea. Al ver esta maravillosa acción de Jesús delante de ellos, la gente podrá aclamarlo como rey y mesías. En última instancia, quiere que Jesús haga otra cosa más allá que la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que nos salve por medio de su pasión, muerte y resurrección.
El demonio quiere que Jesús use de su prestigio y se vanogloríe en lo que haría. Esta tentación continuó en la vida de Jesús. Se nos dice en el Evangelio, que después de una de las multiplicaciónes de los panes y peces, lo quierían hacer rey. Él, entonces se retira a otra zona (Jn. 6, 15). Incluso, en la cruz, durante su suplicio, varias personas le decían que se bajase de la cruz (Mc. 15, 30). Haciéndolo, hubiera sido una prueba irrefutable de su poder… pero la voluntad de Dios era que muriese en ella.
En nosotros, esta tentación se llama fariseísmo. Es decir, en presentarnos más en la apariencia de ser santos, que en ser santos de verdad. Es un “mira que bueno soy”. Jesús nos dice al respecto: “Guardaos de practicar la justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mt. 6,1). Por ello, nuestra actitud religiosa debe ser oculta ante los ojos de los demás… por que nuestro “Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt. 6, 18).
Tercera tentación: la búsqueda de grandeza, de poder y del dinero
La tercera tentación consiste en ofrecerle a Jesús, dinero y poder, a cambio de que adore al demonio. En esta tentación, el demonio, que no posee nada, quiere darle todo a Jesús. La única condición es adorarle, es decir, que ya Dios Padre no sea el Dios de Jesús.
La tentación del poder, de la grandeza y del dinero es un poner otras cosas como dios. Es dejar de mirar a nuestro Dios Padre, como Dios. Es un alejarnos de Él.
Jesús nos lo dice, cuando nos recalca que no podemos servir a Dios y al dinero, porque amaremos a uno y aborreceremos al otro (Mt. 6, 24). Es triste ver cómo el jóven rico se va cabizbajo, triste, pues tenía muchas riquezas (Mt. 19, 22).
La tentación no es pecado
El fin de la tentación es caer en el pecado. El pecado es darle la espalda a Dios. Eso, es lo que quiere el demonio.
Cuando el demonio tienta al hombre, lo hace de la siguiente manera: el presenta algo como bueno, cuando en el fondo es algo malo para nosotros. Así tentó a Adán y a Eva. Él les dice que si comen del árbol del bien y del mal, ellos serán como dioses (Gn. 3, 5).
La tentación no es pecado. El demonio, como león rugiente siempre dispuesto a devorarnos (1 Pe. 5, 8), busca con las tentaciones que caigamos, que le digamos un no a Dios.
Nuestra arma principal para vencer las tentaciones y no caer en el pecado es la oración. Esto se los dice a los apóstoles en el Huerto de Getsemaní (Mt. 26, 41). Por ello es una de las peticiones en el Padre Nuestro: “No nos dejes caer en la tentación”.