¿Cómo hacer oración? – Paso 1 – Concentrarse
Paso 1: Concentrarse
- En este paso prestamos atención a Dios, quien está totalmente poniendo su atención en cada uno de nosotros, a la vez que echamos a un lado todas las actividades exteriores y preocupaciones que monopolizan nuestros pensamientos. Ponemos nuestra conciencia en la presencia de Dios, la cual tiende a ahogarse en la rutina diaria
- Es útil, para este paso, el uso de los tradicionales actos de fe, esperanza y caridad como oraciones preparatorias; las cuales levantarán nuestro corazón y nuestra mente a Dios, buscando que nuestra atención se ponga en la misma frecuencia que la suya Podemos utilizar oraciones ya pre-hechas, oraciones compuestas por uno mismo o que surjan espontáneamente; o en última instancia, combinar las tres. También las oraciones de la mañana de nuestros libros de oraciones pueden servirnos para esta preparación.
- La parte más importante de este paso no son las palabras que usemos. Más bien, debemos acordarnos de las verdades que subyacente en nuestra relación con Dios, reviviendo cada una de nuestras actitudes cristianas. El fin de este paso es:
- Reconocer que Dios está realmente presente, escuchándonos, poniendo toda su atención. Recordemos que Dios es todopoderoso, omnisciente, y lleno de amor; y que Él nos conoce íntimamente y se preocupa de nosotros más de los que nosotros nos preocupamos por nosotros mismos. Él se merece toda nuestra alabanza, nuestra atención y todo nuestro tiempo.
- Reconocer que Dios tiene algo que decirnos. Él tiene algo que decirnos todos los días. Él sabe que estamos en constante lucha. Él sabe lo que cada día deparara para nosotros. Él sabe cuál es el camino que debemos seguir para ser más felices y para crecer en la santidad. Él va a trabajar en nuestra alma mientras nosotros hacemos oración, independientemente sintamos algo en nuestro interior. Recordemos que nuestra oración o meditación diaria no es simplemente una idea; es un compromiso entrelazado con nuestra particular vocación a la cual hemos sido llamados dentro de la Iglesia; y esa vocación proviene de Dios mismo. Sabemos sin lugar a dudas, que Dios tiene algo que decirnos durante este tiempo, porque Él fue quien hizo la cita, no nosotros.
- Reconocer que necesitamos oír sus palabras. Dependemos de Dios para todo, empezando con nuestra propia existencia. Hemos fallado y pecado un sinnúmero de veces. Las obligaciones y la misión que tenemos en nuestras vidas van más allá de nuestras solas capacidades. Estamos rodeados de muchas influencias que corrompen nuestra moral y nuestro espíritu. Estamos rodeados de muchas tentaciones… En fin, somos criaturas dependientes y dañadas por el pecado. Por ello, necesitamos más que nuca de la gracia de Dios.
- Renovar nuestra deseo de escuchar sus palabras. Queremos seguirle. Creemos que Él es el Señor, nuestro Salvador, nuestro Amigo, y nuestro Guía. Hemos comprometido toda nuestra vida a Él; hemos puesto nuestra confianza en El.
- En este contexto, nuestra concentración consistirá en preguntarle a Dios cuál es la gracia que más estamos necesitando, según como va nuestra vida espiritual. A esto le llamamos petición o frutos de la meditación. Preguntarle a Dios por esta gracia saca a flote todas nuestras actitudes cristianas. Al mismo tiempo, por su parte, le damos nuestras riendas de la oración a Dios, sabiendo que nos estará guiando por caminos escondidos para llegar a las verdes praderas que Él quiere para nosotros.
- Utilizar los actos de fe, esperanza y caridad como medio para lograr esta concentración no es tan importante como el poder lograr la concentración. Alguna veces será suficiente con acordarnos de nuestro versículo favorito de la Biblia, o de algún Salmo, para que afloren todos estos sentimientos en a concentración. Otras veces, será suficiente con acordarse de las bellezas de Dios en la naturaleza o de alguna experiencia poderosa que hayamos tenido con Dios.
- Mientras las semanas y meses pasan, debemos variar la forma en que nos concentramos, de manera que evitemos caer en la rutina de decir palabras sin ningún tipo de sentimientos y sin que podamos alzar nuestra mente y corazón a Dios. Si la concentración no podremos entrar en conversación con Dios y escuchar lo que Él quiere decirnos – nuestra oración se convertirá en un monólogo que gira en torno a nosotros mismos o en meras palabras vacías.
- Algunas veces, estos actos de preparación nos llevarán directamente a una conversación de corazón a corazón con el Señor, brillando el segundo paso: consideración. Cuando esto suceda, no debemos sentirnos obligados a volver atrás. El material provisto por el Espíritu Santo en tu preparación es todo lo que necesitas para entrar en el tercer paso: conversación.
- Concentrarse en Dios no significa ignorar las realidades de nuestras vidas. Todas nuestras preocupaciones, anhelos, sueños y retos deben ser parte de nuestra meditación. Pero éstas deben de entrar en el contexto de nuestra conversación con Dios quien nos ama. Aquí radica la diferencia entre preocuparse y entre orar sobre algo que nos preocupa. Cuando te sientas a tomar un café con un amigo, tus preocupaciones y sueños no desaparecen, pero se echan a un lado mientras presta toda tu atención debida a tu amigo y tu amigo te presta toda su atención.
- Debemos considerar en este paso el tiempo y el lugar dedicado a la meditación diaria. Estos factores tiene la habilidad de afectar nuestra concentración.
- El Tiempo. Muchos escritores espirituales concuerdan que hacer la meditación en la mañana ayuda a imbuir el resto de nuestro día en un verdadero sentido cristiano. Nuestra mente está fresca y despierta, por lo que es más fácil enfocarse al momento de la oración. La meditación en la mañana nos puede dar unidad y dirección en las tareas que tengamos durante el día, al recordarnos de nuestra misión (de amar, conocer y seguir a Cristo) y a prepararnos para soportar, con sentido cristiano, todos los retos esperados y de improvisto que nos lleguen durante el día. Con poco esfuerzo y creatividad, podemos hacer un espacio en la mañana para la meditación, si son diez, quince, veinte minutos o quizás media hora. (Si tenemos alguna duda de cuanto tiempo hacer, debemos discutirlo con nuestro confesor o director espiritual.) Si no es posible hacerla en la mañana, busquemos un espacio durante el día, en el cual sepamos que no vamos a ser interrumpidos – un tiempo donde podremos dar lo mejor a la oración. Tratemos lo más posible de hacerla a la misma hora todos los días. No tratemos de acomodar el tiempo de oración; debemos dar el mejor tiempo para Dios.
- El lugar. Donde hagas tu meditación debe ser un lugar sin interrupciones y que te conduzca a una conversación con Dios. Algunas personas prefieren una iglesia o una capilla con el Santísimo Sacramente; otros prefieren un lugar particular en su hogar. Aquí, la creatividad y la conveniencia juegan un gran papel. Un hombre de negocios en Boston hacía su meditación diaria en el cementerio que le quedaba de camino a su trabajo. Él hacía sus meditaciones entre las lápidas y monumentos durante el verano – era el único lugar donde podía escaparse de las interrupciones. Evitemos cambiar de lugar frecuentemente buscando ese lugar ideal; el lugar no hace la oración, pero ayuda.
- En días especiales y durante ciertos periodos (ejemplo: vacaciones, Semana Santa), puede ayudarnos cambiar de lugar y hora. Estos cambios temporales pueden ayudarnos a evitar la rutina.
- Si continuamente se nos hace difícil concentrarnos al comienzo de la oración, debemos de verificar cómo están nuestra preparación remota y próxima. Estos términos se refieren a que lo que hagas fuera del tiempo dedicado a la meditación puede afectar tu meditación.
- Preparación remota. Uno no medita en el vacío. Mientras más vivamos la presencia de Dios durante el día, buscando hacer su voluntad y buscando otros momentos del día para hacer otras oraciones (oraciones vocales, el Rosario, el examen de conciencia), más fácil se nos hará que pongamos nuestro corazón y nuestra alma hacia Dios al comenzar nuestra meditación. Esta es tu preparación remota.
- Preparación próxima. Te ahorrarás un sinnúmero de distracciones, si tus materiales para la meditación (el libro que usas, la libreta o diario donde escribes tus pensamientos) están preparados la noche anterior. Puedes, incluso, ver que pasaje o tema tocará para tu próxima meditación antes de ir a la cama; esto puede incluso darle más fuerza a la oración del día siguiente. Esta es tu preparación próxima.
- Jesús nos explicó este paso de la concentración de manera simple y viva: “Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre que está oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt. 6:6). El profeta Elías descubrió esta verdad cuando el Señor le habló en la montaña: “Entonces el Señor pasó y un viento fortísimo conmovió la montaña y partió las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Detrás del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en le terremoto. Detrás del terremoto, un fuego pero el Señor no estaba en el fuego. Detrás del fuego, un susurro de brisa suave” (1Rey. 19:11-12).
- Concentrarse, el primer paso en tu meditación, envuelve cerrar la puerta a las tormentas y tumultos que suceden en tu diario vivir, para que puedas oír la voz del Señor que llega como susurro al corazón; como una suave brisa.